Estamos transcurriendo casi los 365 días del año y diciembre nos lo hace ver, siendo un mes que automáticamente se relaciona con el cierre de una etapa, con el fin de un ciclo y al mismo tiempo permite reconocer el comienzo de uno nuevo que está por venir, transformándose en el mes protagonista de análisis.
De forma voluntaria o involuntaria, a medida que se acerca el final del año las personas comienzan a mirar hacia atrás, a pensar en el camino recorrido para poder hacer un balance del mismo. Y es que aunque uno no lo busque, las costumbres sociales, las cenas laborales de fin de año, los actos de la escuela de los más chicos, rendir exámenes finales, preguntarse con quien pasaré las fiestas, etc., nos llevan a enfrentarnos con la “lista” de concusiones en los distintos ámbitos de la vida.
Es frecuente que el pensar en la posibilidad de no haber alcanzado alguna de las metas propuestas a lograr durante el año, dé lugar a la emergencia de ansiedad, angustia y estrés; reforzado esto si se presentaron a su vez acontecimientos inesperados y dolorosos, como así también el cansancio propio de la rutina y el desgaste tanto a nivel mental como físico que este mes número doce nos hace notar.
Comienzan a reproducirse en el pensamiento aquellas decisiones que se tomaron, las elecciones que se hicieron, lo que se descartó y las consecuencias que eso trajo. A su vez, es inevitable pensar lo que podría haber sido y no fue… Entonces, pareciera ser que todo esto decanta, en muchas personas, en una sensación que podría denominarse negativa.
Por todo ello, es necesario detenerse a identificar las emociones, poder discriminarlas y conectarse con ellas para alcanzar un mayor bienestar y salud. Utilizar esta instancia del año también para reconocerse a sí mismo, a los vínculos que construyó y aquellos que se disolvieron, poder detenerse a sentir el presente antes de que el ritmo de la vida continúe su cauce y proponerse una renovación con ocupación y no preocupación por lo que se quiso y no ha podido ser.
Se trata fundamentalmente de no centrarnos en distinguir de qué lado la balanza pesó más, sino en qué podemos hacer con aquello que sí ocurrió, con aquello que estuvimos trabajando y si no lo hicimos, comenzar a hacerlo ahora.
Por último y para finalizar el presente artículo, luego de haber repensado y reconstruido a través del mismo, se destaca la importancia de pensar en el tiempo como aprendizaje, como un continuo, más allá de los resultados, de los arrepentimientos o logros alcanzados, poder visualizarlo desde el agradecimiento por lo experimentado, que de seguro marcará lo que está por venir. La idea de aprendizaje podríamos asimilar, entre otras cosas, a la palabra oportunidad, transformación, riqueza emocional, positividad.
Artículo publicado en la edición N° 43 de Revista ENFOQUE
Escriben las Licenciadas en Psicología Luciana Patrilla y Emilia Pszegotski (Socias fundadoras de Centro Terapias)
Genial articulo, se escribe desde la idea q toda nuestra vida es y sera un gran Proyecto. El tiempo de cada vida marcado por las oportunidades, de lo que fue o podria haber sido, pero tambien de lo que puede ser…si estamos dispuestos a seguir aprendiendo!. ¡Felicitaciones, Lu y Emilia!