«¿Qué podrá tener de interesante mi vida?», dice Perla Duvobitzky al concertar la entrevista. Su humildad tiende una trampilla en la que se puede cometer el error de caer. Si caemos, nos perderemos de ver el mensaje detrás de una vida sencilla pero muy activa. O apreciar la sutil impronta que dejan en los grupos los líderes que no se ocupan de brillar ellos mismos, sino que alientan el brillo del conjunto.
Pero no caemos en la trampa y logramos una afirmación: «Sí, creo que mi vida se pone más interesante a partir de estar en la Biblioteca. Y debo haber influido en algo supongo».
Es que «a algunas personas se les da por tejer, ir a pintura o a clases de yoga. A mí se me dio por ir a un taller de lectura», dice Perla hablando del interrogante al que se enfrentó cuando le llegó el turno de jubilarse, allá por el 2002.
Una vida en la docencia
A fines de los 50 Perla era un joven santafesina, que decidió formarse en Paraná (Entre Ríos), cruzando todos los días en lancha desde su ciudad (aún no existía el túnel subfluvial), para titularse como profesora de Pedagogía. Apenas recibida concursó para un cargo de auxiliar y desde allí no paró de trabajar.
«En los distintos lugares en los que viví, siempre estuve en formación docente. Cuando en el 75 vinimos a Misiones con mi marido (Roberto «Chuny» Mutinelli) me incluí a una área técnicas del Ministerio de Educación en Misiones. Trabajé en proyectos curriculares y perfeccionamiento docente. Luego, pasé a la Universidad, donde di cursos de perfeccionamiento y fui secretaria académica también. Hasta que me jubilé, en el 2002″.
En resumen, una vida de trabajo, criando además tres hijos: Gisela, Andrés y Fernanda. «Tenía la opción de no trabajar; en esa época me preguntaban para qué lo hacía. Y yo tuve claro siempre que iba lo iba a hacer, porque creo que el trabajo estructura tu vida, te da independencia, identidad. Y mi marido nunca trabó eso».
– ¿Y cómo llegas a formar parte de la Biblioteca?
– Cuando me jubilé yo no buscaba continuar el trabajo, sino qué hacer. Y creo que no existen las casualidades: surge en Posadas el programa «Abuelas cuenta cuentos», que promovía Mempo Giardinelli y acá coordinaba Carlos Recio. Me embalé con eso. Siempre me interesó la lectura, y quería retomar la parte más lúdica. Y apareció esto… que era una actividad educativa. Con otro modelo, pero educativa al fin.
Era reunirme con un montón de gente como yo -jubiladas todas- buscar una escuela y convenir un día para ir a leer cuentos a los chicos. Yo elegí la 43 que me quedaba cerca. Eso me llevó a la Biblioteca a buscar libros de literatura infantil. Y ahí me reencontré con este espacio… Recuerdo a Laura Abián y Valeria Carugo, dos voluntarias que colaboraban con la biblioteca… que estaban muy inquietas por hacer algo que le diera más apertura a la institución. Me quedó grabada esa voluntad de hacerla más visible.
Me hice socia y me seguía relacionando con estas chicas, que estaban ad honorem, cabe decir. Luego de un par de años, la tarea de las «cuenta cuentos» se fue diluyendo (los voluntariados tienen eso: cuesta sostenerlos). Fui quedando sola. Pero en el medio se abrió el Taller de Lectura Compartida en la Biblioteca, que hasta hoy coordina Haydee Borowski. Me encantó.
Ahí había gente de la comisión directiva. Un día había que renovarla y terminaron invitándome. Entré a ser vocal, a participar, a aprender lo que eran las bibliotecas… eso fue en el 2006. Fui vicepresidenta. Hasta que en el 2010 entré a funcionar como presidenta.
– ¿Y cómo vivís este cargo?
– Lo tomé como una dirección, más que una presidencia. Las chicas me preguntan cosas. Yo dejé que me pregunten, porque me pareció que podía ser un apoyo y dar alguna orientación. Y también me descubro con nuevas habilidades, a pesar de que este será mi último trabajo. Que no es rentado ni nada. Esto es voluntario porque nadie te obligó, pero una vez que lo asumiste… es una responsabilidad. Pero para mí es muy gratificante… habernos fijado algunas metas y hoy poder verlas cumplidas.
Logros en la biblio
Perla se refiere a haber logrado instalar a la Biblioteca en la comunidad. Se evidencia en que se duplicó la cartera de socios, en que la sala de lectura está llena de mañana y de tarde, que la sala de conferencias hoy tiene una profusa vida con ciclos de cineclub, en convenio con el IAAVIM, con los jueves alternados de música de cámara y música regional a cargo del Parque del Conocimiento.
«Por supuesto que esto no lo logré yo, es una suma de cosas que se dieron», aclara. Y entre ellas, destaca tener un equipo de gente formada y trabajando en blanco, algo que es posible porque la biblioteca logra sustentarse con fondos propios. «Y es un excelente equipo, con formación específica, pero sobre todo muy comprometidos en que esto funcione». Son Laura Abián, María José Bilbao, Cristina de Olivera, Norma Wioncsak y Rafael Farquharson.
«No es ninguna magia, mía ni de nadie. Quizás incentivé alguna forma de trabajo, eso puede ser. Pero a mí me gratifica mucho habernos propuesto metas y verlas realizadas».
– ¿Y sigue habiendo un espacio para la lectura en tu vida?
– Sí. Muchos años leía antes de dormir, porque no tenía otro tiempo. Ahora disfruto mucho más de esa lectura pausada y más «despierta», porque me doy tiempo para eso. En cuanto a temas, picoteo mucho. Siempre me interesaron los ensayos sociológicos o políticos, así que cosas nuevas que llegan a la biblioteca, saco y leo. Y luego literatura en general.
Y sigo con el taller de lectura… hace 12 años ya! Me dio una mirada de la literatura que va más allá de la lectura espontánea que yo hacía.
En vacaciones me puse a leer esos libros que sacaba mucho la gente: novelas entre policial y misterio. Por ejemplo «Amores enanos» de Federico JeanMarie; «La chica del tren» de Paula Hawkins; «Un asunto pendiente» de Jhon Katzenbah y «No hay un amor más grande», de Daniel Steel. Y ahora estoy con «Swite Francesa», de Irene Nemirovsky: Una novela muy dramática sobre el exilio de París en la Segunda Guerra Mundial. Cuenta cómo en situaciones extremas se llega a extremas conductas, a veces perversas.
– ¿Hay algo que te hubiera gustado ser o hacer?
– Nunca me lo planteé. Ser otra cosa. Pero una guitarra y un canto sí me hubieran gustado.
Parece que cantaba bien cuando era chica. Pero no había ese estímulo en la familia.
– Vas a cumplir 80 años. ¿Sobre qué crees que se funda tu bienestar?
– Creo que lo que mejor me hace a la salud (que agradezco tener) es sentirme útil. Sentirme tranquila con lo que hago, no estar pensando si está bien o está mal. Sentir que estoy haciendo lo que quiero y que lo hago lo mejor posible. Me parece que me he liberado de culpas.
Y ese sentimiento de ser útil es incluso frente a los nietos. Eso que algunos dicen que es una pesadilla y que te cargan… a mí me da la sensación de que todavía sirvo. Soy grande pero todavía soy útil.
-¿Alguna dieta, alguna actividad?
– Ni comida ni gimnasia en especial. Me cuido sí, pero ni obsesivamente. Voy al médico, camino lo que puedo. Voy a gimnasia (eso sí: me di cuenta que la quietud hace mal). Pero hay otra cosa más interna y emocional que me da sentido de salud. Y es eso, sentirme útil. Sentir que sé hacer cosas, sentirme independiente. Eso es lo que yo más quiero de mi misma…
Artículo publicado en la edición N° 38 de Revista ENFOQUE. Escribe Ivana Roth, periodista.
¡Tanta gente que aporta a la cultura, sin esperar reconocimiento alguno! Gracias, Perla, por tu tarea en la Biblioteca popular -que con el «equipo» dan vida a ese lugar.
FELICITACIONES!!!!!)